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viernes, 19 de agosto de 2011

Anzuelos desde la orilla



¿Quién no se ha sentido, al menos una vez en la vida, un pescador de orilla, uno de esos que, paciente y lleno de optimismo, se va al muro del Malecón a tentar la suerte con su vara y carnada?


 Pescar es un placer... genial...sensual... y mental. Porque se puede pescar sin pescar. Cuando vemos a alguien sentado en el muro del Malecón habanero -el banco más largo de Cuba, el banco de la paciencia para esperar la picada-, pensando en las musarañas y con una varita en la mano, decimos que está pescando, aunque no haya capturado nada en toda la tarde. Es que los peces son como los tamales: a veces pican y a veces no pican. Todo eso debe ser un proceso de semántica superior, porque si pican y uno los saca de su elemento, se convierte en pescados. Lo cual no debe extrañarnos, algo similar ocurre con el hombre que si se mete quince minutos debajo del agua sin respirar se convierte en un ahogado. También decimos que una persona está pescando cuando se le cierran los ojos y transpone, por algunos segundos, la frontera del sueño. Hay quienes pesca por la noche en la clase de francés y los domingos en la playa del Chivo. Con independencia de que se puede pescar un catarro, o se puede pescar una borrachera. O se puede "pescar" a alguien haciendo algo indebido. Con algo de filosofía.
El estorbo del pescador es el "sapo 
Por lo mismo que el pescador es el estorbo del joven que se sienta con la novia en el muro. Desde que se le para al lado ya no lo deja concentrar. El sapo ingenuo es que le pregunta al pescador "¡Qué...! ¿está pescando?" Es como para decirle: "No, bobo, estoy esperando el p5". El sapo técnico es que se las sabe todas. Le dice al pescador que el anzuelo ese es muy chiquito, que la plomada es muy grande, que el nailon es muy corto, que con calamares no pican, que donde se pesca es en el Golfo de México. Y que él no sabe cómo hay gente que pierde su tiempo. No falta la joven que se maravilla con la rabirrubia que yace (EPD) sobre la orilla como trofeo de pesca.

Y pregunta si esa es una anguila o una morena. Maravillosa ingenuidad que tienen las féminas. Un hombre te hace esa pregunta y piensas que es un tonto. La hace una mujer y piensas en lo graciosa que le quedó la tontería. Cuando tú crees que estás pescando, ella es la que está tratando de pescar. Por eso, y para eso, usan "pescadores", o sea, pantalones a media pierna.

La pesca de río o de laguna tiene sus reglas. Se usan una boyita, que puede ser un corcho, un trocito de madera de balsa, un globito de plástico. Esa boyita flota y a la menor picada, se mueve o se hunde. Y cuando esto sucede, puede haber enganchado en el anzuelo, una biajaca, un pez del sol, o una trucha; aunque aseguran que esta última solo pica con carnada viva. O con una mosca artificial, que también para esto se usa. En cierta ocasión llevé a mi hijo menor y a su amigo a una presa para pescar los tres. Me llamó la atención que los chicos llevaban unos cajoncitos de madera, pero, respetando su privacidad, no les pregunté. Al llegar al lugar, ellos se quitaron las medias y los zapatos, los pantalones y las camisas. ¡Llevaban debajo una trusa!
Pusieron en las cajitas de madera sus avíos y sus carnadas y se metieron hasta donde el agua les daba por la cintura. Yo desde la orilla los miraba perplejo, pues no se me había ocurrido nada parecido. Estuvimos "pescando" varias horas. Es decir, ellos pescaron, pero yo no.
Pero volvamos al mar que habíamos dejado atrás. El pescador de orilla va dándose cuenta de que va dejando sus ilusiones enganchadas en los arrecifes. Y para evitarlo es necesario sacar los avíos "mar afuera". Comienza entonces a ensayar con variados artefactos. Un día se aparece con un papalote. Ahora tiene que buscar quien se lo "encamine", para que este, a su vez, le encamine el nailon. Sin saberlo, está combinado dos deportes en uno. Otro día fábrica un barquito de vela con ese mismo propósito. Pero la brisa le trae barquito, pita y anzuelo hasta la orilla. Porque barco sin timonel navega a la deriva. Ensaya montarse en una cámara de automóvil y hacerse a la mar, pero los tiburones le hacen desistir de su empeño. Hasta que descubre que la solución es comprarse un bote.

El pescador se cree cosas... 

- El pescador de bote ya se considera Pescador "A" en el calificador de cargos del rey Neptuno. De ahí a Especialista de Pesca en Botes no hay más que un paso. O una brazada de obtener la categoría de Especialista en Ciencias de la Pesquería en Botes de Remoa. El bote tiene solo seis pies de largo, pero él lo llama "la embarcación". Le pone un nombre agresivo: El huracán del Caribe y habla de la corrida del pargo con la suficiencia de un experto.
La pesquería es como una novela. Comienza con una historia de pescadores (exposición), continua con un enredo de pitas y anzuelos (nudo) y concluye con otra historia de pescadores (desenlace): La última cherna y el próximo pargo. También tiene algo de cuento. El ronco pesaba como diez libras, pero en el forcejeo perdió nueve libras y media". Que puede tener su continuación en el siguiente capítulo, porque el pez más grande siempre se escapa. Igual que Fantomas.
Esa creatividad mental, esa tendencia a soñar que tienen los pescadores, los lleva a evocar sucesos que ocurrieron, unas veces en la vida real y otras en su imaginación. Los cuentos de pescadores son algo consustancial a este tipo de deporte-entretenimiento. Mientras el campesino limpia el aburrimiento de sus noches con relatos de güijes, jinetes sin cabeza y madres de agua, el pescador cuentista se sabe todas las historias de tiburones sangrientos y de los pulsos gigantes que cuando te agarran no te sueltan y quieren llevarte a las profundidades, quién sabe con qué sádicos propósitos. Debe ser terrible tratar de explicarle por señas a un pulpo, a diez brazas de profundidad, que uno no es "una pulpa". Conocen de pejes superpoderosos que cuando se enganchan intentan llevarse el bote hasta Groenlandia. pero nuestros pescadores ni se dejan llevar un bote para Groenlandia, ni cortan el sedal que le seguirá procurando su sustento. Luchan contra pez, por poderoso que sea, hasta que lo vencen. Así los inmortalizó Hemingway en El viejo y el mar.
Un pescador sin historias es como un huevo sin sal, como una almohada sin funda, como un pirulí sin palito. Le falta algo esencial. Y como prueba testifical de que él sí, de que él sí es un "Santiago" de verdad y no un mentiroso, se trata con el más grande pez que haya capturado. Ese que por su gran tamaño no puede salir en una foto apaisada.


Por Jorge Tomás Teijeiro
www.marypesca.cu